Una vez que los menores no acompañados cumplen la mayoría de edad, de un día para otro dejan de estar tutelados por la administración pública que tengan de referencia y consecuentemente pierden su plaza en un programa de minoría de edad y con ella su sentimiento de protección se desvanece. Es en ese momento cuando el joven se siente confundido, perdido, falto de orientación y de nuevo sin un camino claro que seguir. El joven, desde algunos meses antes de que se produzca suele vivir este momento como un acontecimiento traumático, confuso, como un salto al vacío, ya que siente que vuelve a perder los referentes que había encontrado en el país de acogida.
No siempre es así, pero sí en numerosas ocasiones. Son momentos en los que hay que ofrecer un apoyo diferente al que con seguridad encontrará en la calle. Es el momento de que ese trauma se convierta en una oportunidad de desarrollo, hemos de volver a mostrar al adolescente el camino que eligió cuando pensaba en emigrar, romper con algunas limitaciones que su institucionalización ha provocado, recuperar su espíritu emprendedor, orientarle y guiarle de manera que siga creciendo en él la semilla que le ayudará a ser una persona de bien, miembro de una nueva sociedad multicultural.